28 oct 2011

Hola extraña

¡Carajo!, ¿por qué la vida te da lecciones todo el tiempo?
Recién acabo de asimilar que soy un estúpido egoísta.

...

Siempre te has mostrado dispuesta, siempre. Has ofrecido demasiado, tal vez te excediste, porque mal acostumbraste a ese pequeño monstruo dictador que emerge cada día más de mi persona. A decir verdad duele tener que aceptar lo egoísta que soy. Duele tener que asimilar que existen otros límites y otras realidades ajenas a las mías. ¡Vaya que duele!

Ya no encajan los berrinches ni las boberías, ya es tiempo de afrontar las cosas de frente; con calma y sabiduría. El saber que estás buscando y cumpliendo tus objetivos debería ser suficiente. Sin embargo, para esta enferma mente no lo era, hasta hace unas horas.

Me da gusto saber que cuento contigo, y me agrada que luches por lo que anhelas, es claro que eres parte de lo que soy, que formas parte de mi historia y que ese lugar ya nada lo perturba.

Y es que si sigo con mi honestidad, acepto que no tengo palabras para expresarme, no tengo bien definido lo que quiero decir, sólo me queda aceptar que tengo miedo, miedo de perder ese lazo único que tenemos, que nos une. Que juntos hemos construido, y del cual pocos tienen la dicha de jactarse y presumirlo.

También cabe mencionar que en ningún momento intento reclamar o reprochar nada. No tengo cara ni argumentos para hacerlo. No puedo quejarme en absoluto de todo lo que me has dado, de todo lo que me has apoyado. Te amo y realmente nunca quiero perderte. Y haré todo lo posible porque eso jamás suceda. Yo tampoco se que haría sin ti...

Tengo la esperanza que disculpes toda esta arrogancia y egoísmo, sólo que me cuesta encarar ciertas cosas (nunca he sido bueno para eso, pero ya lo sabes). La realidad es que, mientras te encuentres bien; yo voy a estarlo.

...

Es obvio que no eres ninguna extraña, y nunca lo serás, eres más que mi hermana y te conozco mejor de lo que tú misma lo haces. Y recuerda que aún tenemos un pacto pendiente, y una meta conjunta por cumplir.

Casi lo olvido, ¡también tenemos una apuesta que voy a ganar!

8 oct 2011

Sobre saber perder


"El que no arriesga, no gana"

A lo largo de mi existencia he escuchado esta frase incontables ocasiones y en diversos sitios. No tengo idea ni conocimiento de su procedencia, y siendo honesto no me interesa. El punto es que la apliqué hace algunas horas en una decisión personal muy difícil que debía tomar.

Después de poco menos de un año de darle vueltas y vueltas a un asunto tan sencillo, decidí dejar de suponer, olvidar mi acostumbrado drama e historias mentales, y me armé de valor para soltar uno de los conjuntos de palabras más difíciles de pronunciar (al menos para mi ser); "Me gustas".

¡Carajo! ¡Cuánto me costó decirlo! Nunca creí tener el valor de hacerlo. Pero sucedió, mis manos temblaban, mi pulsación era exagerada, y todo mi cuerpo emanaba un extraño sudor frío (de ese que sientes cuando alucinas a causa de la fiebre o cruce de medicamentos), el interior de mi barriga hacia ruidos (aunque eso es debido a una infección), y seguía titubeando por saber si era la decisión más pertinente.

"Ya tienes el no, ¡ve por el sí!", retumbaba en mi mente esa frase en boca de una buena amiga (aunque pensándolo bien, ella casi siempre se queda con el no). Y lo hice. Total, es mejor expresar nuestro sentir. Ni siquiera estoy afectando a terceros.

Y pasó. ¡Vaya que pasó! Dije ese complicado binomio de palabras, de una forma cobarde a decir verdad, pero las comuniqué (eso es lo que cuenta, ¿cierto?). ¿Qué sucedió después? Obtuve un cordial rechazo, bastante diplomático (cosa que agradezco, en serio), pero a final de cuentas rechazo. Y no es que me sienta mal, sólo que dudo que alguien esté acostumbrado a perder. ¡Mienten todos aquellos que dicen saber perder! Pero creo que después de todo no es tan malo. Al menos puedo decir que lo intenté. Ya me llegará el momento de ganar.

En fin, como dice Michael Jordan:
"He fallado una y otra vez en mi vida, por eso he conseguido el éxito"

Así que espero aprender a perder y de cierta forma disfrutarlo, llegar a fallar lo suficiente hasta alcanzar el éxito esperado.